Homilía del Papa en la misa de canonizaciones en Madrid
«¡No rompáis con vuestras raíces cristianas!»
MADRID, 4 mayo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la
homilía que pronunció este domingo Juan Pablo II durante la celebración eucarística en
la que canonizó a cinco santos españoles en la plaza de Colón de Madrid.
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1. «Sed testigos de mi resurrección» (cf. Lc 24, 46-48), Jesús dice a sus Apóstoles
en el relato del Evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a
hombres que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como
discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro que,
una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante
el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al arrepentimiento y a la conversión.
Desde entonces la Iglesia, con la fuerza del Espíritu Santo, sigue proclamando esta
noticia extraordinaria a todos los hombres de todos los tiempos. Y el sucesor de Pedro,
peregrino en tierras españolas, os repite: España, siguiendo un pasado de valiente
evangelización: ¡sé también hoy testigo de Jesucristo resucitado!
2. Saludo con afecto a todo el pueblo de Dios venido desde las distintas regiones del
País, y aquí reunido para participar en esta solemne celebración. Un respetuoso y
deferente saludo dirijo a Sus Majestades los Reyes de España y a la Familia Real.
Agradezco cordialmente las amables palabras del Cardenal Antonio María Rouco Varela,
Arzobispo de Madrid. Saludo a los Cardenales y Obispos españoles, a los sacerdotes y a
las personas consagradas; saludo también con afecto a los miembros de los Institutos
relacionados con los nuevos santos.
Agradezco particularmente la presencia aquí de las Autoridades civiles y sobre todo la
colaboración que han prestado para los distintos actos de esta visita.
3. Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor
y testigos de su Resurrección.
San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó
una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos.
Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y
la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos
sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su
existencia con la corona del martirio.
San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como
jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando
largas horas al confesionario y dirigiendo numerosas tandas de ejercicios espirituales en
las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución
religiosa en España. «Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace» era su lema.
4. Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y
necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. La nota
característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración reparadora a la
Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba un apostolado lleno de humildad y
sencillez, de abnegación y caridad.
Semejante amor y sensibilidad hacia los pobres llevó a Santa Angela de la Cruz a fundar
su «Compañía de la Cruz», con una dimensión caritativa y social a favor de los más
necesitados y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de su
época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con un
espíritu de mortificación, al servicio de Dios en los hermanos.
Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a
una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes
circunstancias de la Guerra Civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del
Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida
contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesidades de
las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor.
5. Los nuevos Santos tienen rostros muy concretos y su historia es bien conocida. ¿Cual
es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a
sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo,
que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y
el propósito de imitarlo. Queridos fieles católicos de España: ¡dejaos interpelar por
estos maravillosos ejemplos!
Al dar gracias al Señor por tantos dones que ha derramado en España, os invito a pedir
conmigo que en esta tierra sigan floreciendo nuevos santos. Surgirán otros frutos de
santidad si las comunidades eclesiales mantienen su fidelidad al Evangelio que, según una
venerable tradición, fue predicado desde los primeros tiempos del cristianismo y se ha
conservado a través de los siglos.
Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico
santuario del amor y de la vida. «La fe cristiana y católica constituye la identidad del
pueblo español», dije cuando peregriné a Santiago de Compostela (Discurso en Santiago,
9.11.1982). Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su
propia identidad ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces
de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia.
6. «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24, 45). Cristo
resucitado ilumina a los Apóstoles para que su anuncio pueda ser entendido y se transmita
íntegro a todas las generaciones; para que el hombre oyendo crea, creyendo espere, y
esperando ame (cf. S. Agustín, «De catechizandis rudibus», 4,8). Al predicar a
Jesucristo resucitado, la Iglesia desea anunciar a todos los hombres un camino de
esperanza y acompañarles al encuentro con Cristo.
Celebrando esta Eucaristía, invoco sobre todos vosotros el gran don de la fidelidad a
vuestros compromisos cristianos. Que os lo conceda Dios Padre por la intercesión de la
Santísima Virgen --venerada en España con tantas advocaciones-- y de los nuevos Santos.